lunes, 21 de febrero de 2011

Lucas 20, 27-38 (6/11/10)

A mis queridos amigos para que juntos traigamos el futuro al ahora.
Manolo

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: "Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella."
Jesús les contestó: "En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección.
Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos."

Reflexión pastoral
¿Puede que al tener conciencia cierta de la resurrección, la sociedad humana como tal fuese mejor?
Esta pregunta me ha movido a plantear las razones por las cuales sí creo, que incorporando por medio de la fe la certeza de la resurrección, la existencia humana sería mejor. Y no sólo esto sino también, y como es lógico, la vida en la tierra de cada individuo sería feliz independientemente de la cantidad de años que esta tenga.
Una comunidad humana conciente de la certeza de la resurrección vive el presente de la misma manera que espera vivir en el futuro.
Los seres humanos hemos construido una cultura en la que pensamos al presente como un trampolín al futuro, es decir que la vida siempre es futuro porque a este se lo presenta idealizado en materia de paz. Por lo tanto en el concepto cultural globalizado el presente es lugar de tránsito, nunca puede ser visto como lugar de llegada. Por esta razón el presente siempre está ocupado por la ansiedad por el futuro. Ya Jesús hacía la advertencia: “No se inquieten por el día de mañana, el mañana se inquietará por sí mismo”.
Ahora bien, esta ansiedad por el mañana, dominante del presente, es una patología destructora de las personas y de las relaciones interpersonales que no permite admitir en el presente la paz, aduciendo que esta sólo es posible en el futuro. A esta patología hay que erradicarla para que emerja una nueva cultura, a la que llamaría civilización-del bien vivir- presente.
A esto contribuye una mente inundada con la certeza de la resurrección. La consigna de la fe en la resurrección es que cada individuo y la sociedad toda, traigan el futuro al presente. En este sentido me parece atinado aquello que Jesús, en el evangelio de Mateo, le dice a  la comunidad eclesial naciente: “Todo lo que atares en la tierra (presente) será atado en el cielo (futuro). Es como decir: Si no se cambia el presente ansioso del mañana idílico, trayendo ese mañana al hoy, el futuro será tan incierto como el presente.
El mensaje de la resurrección es un mensaje altamente sanador para el mundo, y los primeros que debemos incorporarlo somos los que creemos en el.
Es impresionante el testimonio de la resurrección que la primitiva comunidad cristiana dio, de manera elocuente, cuando anticipó el futuro de la siguiente manera: Eran asiduos a la enseñanza de los apóstoles, a la convivencia fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones.
Toda la gente sentía un santo temor, ya que los prodigios y señales milagrosas se multiplicaban por medio de los apóstoles. Todos los que habían creído vivían unidos; compartían todo cuanto tenían, vendían sus bienes y propiedades y repartían después el dinero entre todos según las necesidades de cada uno.
Todos los días se reunían en el Templo con entusiasmo, partían el pan en sus casas y compartían la comida con alegría y con gran sencillez de corazón.
Alababan a Dios y se ganaban la simpatía de todo el pueblo; y el Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se iban salvando.
Vivieron la resurrección en el aquí y el ahora. Que maravilla logra la fe religiosa cuando sale de los templos y se encarna en los pueblos.

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