lunes, 21 de febrero de 2011

Lucas 18, 9-14 (22/10/10)

Para mis hermanos-amigos que buscan la Justicia fuera de sí mismos.
Manolo

En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: "Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
"¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo."
El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo:
"¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. "
Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido." 

Reflexión pastoral

El texto de hoy nos ayuda a la comprensión acerca de la vida en el Reino de Dios como una sociedad sin clases e ideal.
La vida en el Reino de Dios es la propuesta de Jesús de Nazareth a lo largo de todo el Evangelio de Lucas, y que en este pasaje en particular aborda una realidad humana, representada por el fariseo de la parábola, criticada por Jesús desde la perspectiva de este modelo de convivencia vertical (Dios) y horizontal (humana) que es llamada Reino de Dios y su justicia.
La crítica en cuestión se centra en que no se pueden tener buenas relaciones con el Padre (orar es la forma de comunión con Dios) sintiéndose  y creyéndose superior al prójimo, y encima esgrimir esa superioridad como mérito para obtener el favor divino. Juan en su carta apostólica expresa que “nadie puede amar a Dios a quién no se lo ve, si no ama a su hermano a quién ve”
En la parábola es evidente la intención del Maestro de mostrar al fariseo orante sin ninguna sutileza en la consideración que hace de sí mismo. Por el contrario parece que esa descripción intenta provocar el rechazo por este tipo de personalidad autoreferencial pretendidamente ejemplar.
Decíamos que la personalidad del fariseo representa una realidad humana individual y colectiva, que a lo largo de la historia se ha manifestado de distintas maneras, exacerbando y naturalizando la sociedad de clases que en definitiva es la manera de, sin eufemismos, mostrar la superioridad de una clase social o racial sobre otra, sin que por ello la comunidad cristiana, a la luz de los principios jesuánicos, haya sido capaz de resistir.
Muy por el contrario se percibe un neofariseísmo implícito de personas y comunidades que profesan ser cristianas, creyentes de su superioridad, y que se piensan más cerca de Dios por sus méritos de pureza moral exterior, por horas de prácticas rituales, o funciones jerárquicas dentro de las estructuras religiosas.
Pero la parábola habla de otra realidad humana que es elogiada, la de los humildes, entendiendo a estos como aquellos que no se creen más allá de lo que son, completamente limitados a encontrar en sí mismos una justicia que los realice como sociedad igualitaria sin excluidos.
Estos saben y lo expresan públicamente, que no pueden ser autoreferenciales en materia de justicia para todos y todas, porque asumen estar gravemente contaminados por el egoísmo de los intereses personales, que no les permiten ser imparciales en el dictado de los códigos para una convivencia armónica con Dios y el prójimo, que finalmente logre la paz.
Para los humildes la justicia del Reino de Dios es la única que los salva, porque la suya propia los ha perdido del oasis de la paz.
Según Jesús en Lucas, la Justicia del cielo para una vida plena entre iguales fue la respuesta de la Providencia para los humildes, no así para los que ya tienen la suya y la consideran verdad absoluta y por eso pretendiendo “mano dura” para los que la quebrantan.
La sociedad de clases elegida por los poderosos como justicia para el mundo (la famosa globalización), es la negación del Reino de Dios y su justicia.
¿Dónde estamos parados?

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