lunes, 6 de junio de 2011

Hechos de los apóstoles 8,5-8.14-17 (28/05/11)

En aquellos días, Felipe bajo a la ciudad de Samaría y predicaba allí a Cristo. El gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacia, y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban. La ciudad se lleno de alegría.
Cuando los apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron de que Samaría había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan; ellos bajaron hasta allí y oraron por los fieles, para que recibieran el Espíritu Santo; aún no había bajado sobre ninguno, estaban sólo bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.

Juan 14,15-21  
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Si me aman, guarda- ran mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que les dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocen, porque vive con vosotros y está con ustedes. No los dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero ustedes me verán y vivirán, porque yo sigo viviendo. Entonces sabrán que yo estoy con mi Padre, y ustedes conmigo y yo con ustedes. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él

Reflexión pastoral
En estas reflexiones jesuánicas que acabamos de leer, la comunidad de Juan el evangelista sienta su esperanza como agente del Otro mundo posible, en tiempos difíciles de persecución y miedo. La esperanza es que el Resucitado se manifestará en ellos con el Espíritu Santo, como fuerza mística en los momentos críticos de la confrontación del modelo de justicia restaurativa de Dios, que es  gran misión eclesial llegar a su realización, con los intereses del status quo de opresión y muerte imperante por la fuerza de las armas imperiales.
Es decir que en la lucha con el “mundo” (sistema de opresores y oprimidos) para Otro mundo (fraternidad universal de iguales) la Iglesia cuenta con la Presencia de su artífice, y con ello la garantía de que la entrega por la causa será vista como un acto de amor por Aquél que la amó primero.
Está claro para Juan que el amor ágape es servicio al Reino de Dios y su justicia (“si me aman, guardarán mis mandamientos”) y es ese el amor que resguarda el Espíritu y no otro.
La iglesia de Dios entonces nace por obra de Jesús e inspirada por el Espíritu, para establecerse como referencia de un modelo de justicia global distinto, basado en la dignidad humana de todos y todas, y con esta práctica de amor por los DDHH, impregnar la cotidianeidad.
En el texto de Hechos leído este domingo, se presenta a la comunidad eclesial naciente trabajando desde la nueva justicia del Reino de Dios por el reconocimiento de que en Samaria, la ciudad odiada en otros tiempos, sus moradores son hermanos y hermanas para vivir la paz.
Este reconocimiento es una originalidad de la iglesia jerosolimitana primitiva que le trajo alegría a los oprimidos, pero persecución y muerte a los militantes del proyecto jesuánico por parte de las estructuras de poder del templo y también Roma.
La historia de la Iglesia posterior a este tiempo verdaderamente pentecostal nos muestra la pérdida de sentido que esta ha tenido y tiene aún hoy en día. Con sólo verla consagrada a sus intereses institucionales de pureza ritual y doctrinal, sintiéndose en sus distintas versiones denominacionales como compartimentos estancos de pura verdad, y jueza de moral y costumbres del mundo entero, el Santo Espíritu no tiene hogar donde explotar con los dones de amor servicial incondicional para lograr, la dignidad, solidaridad e igualdad interracial, la humildad en la construcción ecuménica de la verdad, servicio comprometido a la justicia que levanta al oprimido y libera a los opresores de la maldad, y unidad en la diversidad.
Sólo el evangelio puede recuperar a la Iglesia como agente del Reino de Dios y su justicia, por eso hoy lo proclamamos para esto, y nos invitamos a la experiencia de una espiritualidad basada en el ágape que otorgue plafond al Espíritu Santo para su aterrizaje (encarnación) de nuevo en terreno conocido.
Que las comunidades de fe de cualquier denominación que conformamos la Iglesia en el mundo abramos las puertas al anuncio de Jesús para un Pentecostés distinto, en el que la señal más clara del nuevo tiempo sea el diálogo interreligioso por la  justicia y la paz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario