martes, 3 de mayo de 2011

Juan 20, 1-9 (23/04/11)

Con Jesús resucita la verdadera justicia, la de Dios que es segura y camino insustituible para alcanzar la PAZ, en el aquí, el ahora, el más allá y la eternidad.
Manolo
 
Juan 20, 1-9

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo:
–«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura : que él había de resucitar de entre los muertos.

Reflexión pastoral

La vida de Jesús en la historia es la vida perfecta (acabada según el plan divino), por lo tanto no podía ser retenida por la muerte.
Esta afirmación nos invita a ver al nazareno como paradigma indispensable a la hora de decidir, como comunidad humana, el camino para alcanzar la paz como estado permanente.
El Evangelio en sus cuatro versiones canónicas destacan a Jesús como el humano verdadero, y contracultura del modelo construido,basado en la realización individual e independiente.
Son numerosos los textos que se podrían citar para avalar lo expresado, pero no hay ninguno como los que relatan  la posición de Jesús frente a la tortura y la muerte, cuando estas fueron usadas para condenarlo, por no comulgar con la corrupción de los intereses de las clases dominantes.
Esta posición es la que define al hombre perfecto, es decir  aquel que se entiende a sí mismo no como centro sino parte de un todo.
Una y otra vez en el Evangelio Jesús dice a sus discípulos “es necesario que se cumpla el plan divino” haciendo alusión a lo dicho por los profetas de que el mesías (persona individual o comunidad), será aquél que da su vida enteramente por el reinado de Dios y su justicia, sin ninguna exigencia para sí a cambio (“Si quieres pasa de mi esta copa ( la tortura y la muerte) pero no se haga lo que yo quiero sino lo que tú”).
Muchas veces pensamos que mesías es un título honorífico reservado a personas cuasi-divinas con dotes celestiales, más Jesús nos enseña al mesianismo como servicio de alguien que en el nombre de Dios se niega a sí mismo, entendiendo esto al acto de dejar de ser centro para ser parte, y en esta posición, experimentar el gozo de ser útil a un plan trascendente en tiempo y espacio.
Para Jesús ser ungido (mesías) era un desafío permanente a su ego, tal como lo vemos en el relato de las tentaciones del desierto, es decir que en su fuero íntimo había una permanente batalla que librar y ganarle al acechante egoísmo.
Esta batalla ganada en todo el proceso desde Galilea a Jerusalén hizo de Jesús el “hombre perfecto”, que Dios resucita como signo de su agrado por el humano que se realiza sólo cuando es humanidad.
Es impresionante el valor del signo divino de resucitar a Jesús para nosotros hoy, llamándonos a una militancia por el bien común capaz de vencer la sociedad de clases. Esta militancia bien podríamos decir que es “ungida”, porque responde cabalmente a los designios divinos propuestos a los constructores humanos de la historia, que somos todos, en el jardín de Edén, según el relato del Génesis.
Para los militantes del reinado de Dios y su justicia, la resurrección de Jesús, entendida como veredicto de Dios, representa el triunfo de esta justicia sobre la juricidad del sanedrín y de la Roma imperial que extendida aún hoy mantiene legalizar lo injusto, porque está hecha considerando solo los intereses de los más fuertes.
Para nosotros, que Jesús haya sido resucitado por Dios nos indica cual es la verdadera vida humana, la que se juega porque la justicia del cielo sea realidad en la historia de los pueblos, y también nos da la fuerza necesaria para mantener viva la misión profética de una vida contracultural al sistema profundizador de la brecha entre ricos y pobres.

3-Oración ecuménica
 
- Para que la Iglesia dé testimonio de la resurrección trabajando siempre en favor de la vida, y de una vida digna y justa. Oremos.
- Para que todos los pueblos avancen en el camino de libertad, la justicia y la paz. Oremos.
- Para que el esfuerzo personal y colectivo de todos los que buscan una persona más humana y una sociedad más justa y fraterna, no resulte estéril. Oremos.
- Para que todos los que sufren las secuelas de la opresión, la violencia y la injusticia, encuentren más apoyo en nosotros para salir de su situación. Oremos
- Para que nuestra fe en la resurrección nos haga perder todo miedo a la muerte y renueve y profundice nuestro amor a la Vida. Oremos
- Para que la presencia viva de Jesús entre nosotros nos afiance en el compromiso con el Reino de Dios y su justicia. Oremos.

Oración comunitaria
 
Dios, nuestro Origen fontal, que nos llenas de gozo con ocasión de las fiestas anuales de Pascua. Ayúdanos para que, renovados por la gran alegría experimentada por la comunidad, trabajemos siempre por vencer a la muerte y hacer crecer la Vida , hasta que la experimentemos en su consumación plena. Nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo, hermano nuestro.
 

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