martes, 12 de abril de 2011

Juan 11,1-45 (09/04/11)

La resurrección: Signo del reinado de Dios y su justicia restauradora. Abrazo
Manolo

En aquel tiempo, [un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro.]
Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo: "Señor, tu amigo está enfermo." Jesús, al oírlo, dijo: "Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella." Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: "Vamos otra vez a Judea."
[Los discípulos le replican: "Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver allí?" Jesús contestó: "¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz. Dicho esto, añadió: "Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo." Entonces le dijeron sus discípulos: "Señor, si duerme, se salvará." Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les replicó claramente: "Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su casa." Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos: "Vamos también nosotros y muramos con él."]
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. [Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano.] Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá." Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará." Marta respondió: "Sé que resucitará en la resurrección del último día." Jesús le dice: "Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?" Ella le contestó: "Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo."
[Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: "El Maestro está ahí y te llama." Apenas lo oyó, se levantó y salió adonde estaba él; porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole: "Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano."]
Jesús, [viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban,] sollozó y, muy conmovido, preguntó: "¿Donde lo habéis enterrado?" Le contestaron: "Señor, ven a verlo." Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: "¡Cómo lo quería!" Pero algunos dijeron: "Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?" Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús: "Quitad la losa." Marta, la hermana del muerto, le dice: "Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días." Jesús le dice: "¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?" Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: "Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado." Y dicho esto, gritó con voz potente: "Lázaro, ven afuera." El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: "Desatadlo y dejadlo andar."
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

Reflexión pastoral
El Reinado de Dios y su justicia fue el anuncio de Jesús que registran los Evangelios para la humanidad de todas las generaciones y todas las latitudes,
y a ello entregó su vida de manera total.
Los evangelios, escritos en distintas fechas pos-pascuales, son composiciones que fueron producidas para mostrar cuales fueron las maneras que Jesús empleó para explicitar en que consistía dicho reinado divino.
Juan evangelista expresa que Jesús difunde las características del Reino mediante signos y señales que sus seguidores debían desentrañar para luego incorporar en su testimonio al mundo.
El relato de la resurrección de Lázaro entonces es una señal o signo, que Juan incluye en su testimonio, para ilustrar a la comunidad de fe en el seguimiento de Jesús como este encarna la justicia restaurativa, original del Reino de Dios, como insumo básico para la construcción de la nueva comunidad humana en paz.
Los sistemas de justicia que se han desarrollado en el mundo tienen como piedra angular o fin en si mismo penalizar, al término de un juicio, a las personas que cometen delitos por iniciativa propia o inducida. A la vista está, que lejos de encontrar la paz lleva este camino.
La propuesta de Jesús es que el mundo actúe a semejanza del Padre identificando a la justicia como instrumento restaurador, y así el mundo pueda ver la gloria de Dios en la resurrección de los condenados, dominando la tierra.
La concepción bíblica de la muerte como penalización del pecado es contrapesada por Jesús con su propuesta del Reino, que tiene a la justicia de la resurrección como restauradora del supremo valor de la vida en plenitud de los “muertos en sus delitos y pecados” para todos los seres humanos del planeta.
Cuando en la tierra la justicia no se agote en la pena de los transgresores de la ley sino en la instalación de la paz mediante la resurrección (restauración en plenitud) de los condenados, recién entonces el Reino de Dios estará cerca.
Por supuesto que para esto es necesaria una nueva mente, la del Dios de Jesus, que promueve la esperanza en una nueva humanidad, no de otro planeta,
sino de aquí, transformada por el ágape generalizado de todas y todos desde la conciencia fraternal aflorando al final del día individualista, en el que la justicia sólo concibe el “ojo por ojo y diente por diente”.
La mente de Dios en los humanos es la propuesta de las comunidades religiosas no soberbias, que se prestan al Reinado de Dios sobre la tierra porque saben que este las trasciende, por lo tanto no son autoreferenciales sino compañeras de búsqueda entre todas las de buena voluntad de la nueva conciencia que haga realidad OTRO MUNDO POSIBLE

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